La noche
del 7 de diciembre estaba por llover. Toda la tarde el cielo se había
ido cargando de nubes negras. Había pasado la medianoche cuando un rayo iluminó
la sala donde yo estaba. Del sobresalto el libro que tenía entre las manos se me
cerró de golpe. Sin abrirlo me quedé sentado en el sillón mirando cómo las
sombras de los fresnos se mezclaban con
el agua que golpeaba la ventana. No escuché cuando se abrió la puerta, tampoco
los pasos que se acercaron hacia mí, sólo sentí un golpe seco en la cabeza que
me dejó fuera de juego.
Cuando desperté, la luz estaba cortada. La
tormenta se había desatado con furia sobre los techos. Me dolía la nuca, al
pasarme la mano por detrás noté que tenía un pequeño tajo, con sangre pegada al cabello. No entendía que
había pasado. Me quedé duro al girar y comprobar que no estaba solo, en un rincón
de la habitación alguien me miraba. No sabía quién era, sólo pude ver el brillo
de sus ojos enormes y al bajar la vista, descubrí que a esa persona le temblaba
un arma entre las manos. Me apuntaba con ella. Yo no podía hablar, el cuerpo se
me había aflojado por completo, las rodillas se me doblaban. Hice un gran
esfuerzo para no caerme. Ya estoy viejo para estas cosas, en otro tiempo
hubiera tenido otra reacción, pero ahora vivo agitado y débil, por el pucho ¿me entiende?
Tengo EPOC. Una mierda vivir así.
Me miraba desde un rincón. No le voy a hacer
nada, me dijo la sombra. Era una voz de mujer. Una voz entrecortada y joven. Entonces
le supliqué que bajara el arma. Le ofrecí, para que se fuera, todo lo que tenía
a mano. No era mucho, pero…ella me dijo que no. Que no había venido a robar.
Que no era una ladrona me dijo, y ahí me di cuenta que estaba por llorar,
porque la voz se le quebró. Le pregunté qué quería y ella dijo que la dejara
estar ahí. Tenía además del arma, una criatura en los brazos. Ahí la reconocí.
Era la mujer del policía.
Y ya que vamos a contarlo pongamos un poco de
orden, bajemos por la escalera de esta casa hasta el domingo 7 de noviembre,
justo un mes antes. Cuando le alquilé la parte de abajo a una pareja que me
mandó García, el del almacén de mitad de cuadra. Como vinieron de parte de él,
no les pedí demasiadas cosas. Con García nos conocemos hace añares, pero esta
vez le falló el olfato. Tal vez él tampoco sabía qué tipo de gente era. En
realidad la señora era tranquilita, mas bien callada. Ni se la escuchaba
durante el día. Eso me gustó, porque la gente que alquilaba antes me tenía
cansado con esa música. Todo el santo día con el reguetón al mango o
como se llame esa porquería que escuchan. Por eso cuando vi que él era policía,
educadito, de pocas palabras; a mí me gustó. Ella era mayor que él y no
preguntaba nada. Todo le parecía bien. Siempre que la vi tenía esa criaturita
en los brazos, que tendría dos o tres años. Una nena, siempre con el chupete o
la mamadera y despeinada. Y ella con un pucho en la mano. Yo le decía que lo
dejara, que me mirara a mí que no podía más con la tos, pero ni caso. Ya sabe
cómo somos los fumadores…
La cuestión es que se acomodaron en la casita de
abajo. Son dos ambientes sin pretensiones, miren. Yo la pinté de amarillito y
le puse unos muebles que tenía. Ellos vinieron con el colchón y unas bolsas de
ropa nomas. Y empezaron a vivir. Bueno, eso es una forma de decir, porque para
mí que esto venía de lejos. Yo no soy de meterme en la vida de mis inquilinos
si ellos no presentan problemas. Soy respetuoso. Ahora, para venir acá, bajamos
por esta escalerita interna, pero tengo otra salida exterior. Que es por donde
bajo siempre. Al tener salida
independiente se alquila más fácil.
Ya le digo, como yo no soy de hablar mucho, ni
sabía lo que pasaba en esa casa. Porque no se armaban peloteras, ni griteríos
¿me entiende? Él parecía un buen muchacho, un tipo de trabajo, pero según ella era
un mal bicho. Eso me lo contó esa noche, hace un mes. Él no era de pedir las
cosas dos veces. Si no estaba listo lo que quería a la primera, la segunda
venía el tortazo. El tema grave eran los celos. Como ella tenía esa nena de
otro tipo, tenía dudas del embarazo actual. Y con ese asunto se fue poniendo
loco, pero loco mal. Si usted lo hubiera visto, todo flacuchín y tímido, jamás
se hubiera imaginado lo que ella me contó. Yo no quiero hablar de ciertas cosas
porque hasta a mí me dan pudor. Mire que soy viejo eh, y nada debería
horrorizarme con lo que llevo vivido, pero lo que esa mujer me detalló no tiene
nombre. La dejaba encadenada con las esposas, mano y tobillo. Todo el día. Y
ella con una panza así... Yo pensé que era gordita nomás, pero no, estaba de
varios meses. El tipo un degenerado, mire. Con el bastón… ¿me entiende? Un hijo
de puta. Y ella ni sé, era mas corpulenta que él y todo, pero sin carácter o
vaya uno a saber. Hasta que se cansó. Es como todo. Estas cosas nunca salen
bien. Esa noche que se metió en mi casa, estaba a medio vestir. Cuando la tuve
cerca y le vi la cara, estaba golpeada, tenía el labio partido y le faltaba un
diente. Habían discutido porque ella no quería más, usted me entiende. Y la
fajó. No gritaba ni nada, pero cuando decía algo me ponía los pelos de punta,
estaba decidida a todo. Me hubiera matado a mí también si hubiera sido necesario,
porque estaba trastornada. No era la mujer que yo conocía, la calladita y
obediente. La gordita buena que fumaba por la ventana y me daba un mate al
pasar si no estaba él. Esa noche tenía la voz ronca, una voz que nunca le había
escuchado, como rasgada y de hielo. Con esa voz me dijo que la dejara estar
ahí. En el rincón que quedaba entre el ropero y la pared. Que no me moviera.
Que no gritara. Que lo había matado me dijo, de un tiro en la cara mientras
dormía. Parecía que iba a llorar, pero no. Se tragaba los mocos y seguía
diciendo cosas que no voy a repetir, pero me dijo que ya no le bastaba con ella
y que había empezado con la chiquita. ¿Me entiende? Y que se estaba por ir
cuando él se durmió, pero cuando vio el arma reglamentaria ahí, sobre la mesita;
el asco que tenía encima pudo mas…el dolor de ver al malnacido con la nenita…
no lo pensó dos veces y le disparó.
Todavía están sus cosas, de la familia no
vino nadie. No sé qué hacer. ¿Usted podría ayudarme? Así pongo la pieza en
alquiler.
Impresionante, Patricia. Me alegra mucho volver a leerte estas narraciones trepidantes que mantienen la tensión hasta el final.
ResponderEliminarEs un lujo para tus lectores el que sigas escribiendo tan bien.
Besos.
Ybris, qué alegría saberme leída por vos! ¡¡Muchas gracias!!
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